Comentario
En marzo y abril de 1939, dos actos de agresión del Eje, la destrucción de Checoslovaquia y la conquista de Albania, hacen entrar en crisis la "política de apaciguamiento" desarrollada hasta entonces por los Gobiernos de Gran Bretaña y Francia.
En el verano, los dos bloques se enfrentan abiertamente con el futuro de Polonia como nudo del conflicto. La conclusión, en agosto, del Pacto germano-soviético, abre la fase final de la crisis que, por iniciativa alemana, desemboca en la Segunda Guerra Mundial.
El acuerdo de Munich sobre Checoslovaquia no consigue cumplir ninguno de los objetivos de la política de apaciguamiento: primero, Polonia ocupa Teschen y Hungría hace lo mismo con la zona sur de Eslovaquia. Después, Hitler sostiene el movimiento secesionista eslovaco explotando, en su favor, las dificultades internas del Estado checoslovaco.
En marzo de 1939, mientras el sucesor de Benes, el presidente Hacha, intenta terminar con la semi-secesión eslovaca, Hitler anima al Gobierno húngaro para que, sin pérdida de tiempo, se anexione la Rutenia subcarpática y convoca en Berlín al presidente de la República checoslovaca con el objeto de imponerle su voluntad bajo la amenaza de destruir la ciudad de Praga.
De esta manera, el día 14 de marzo, el destino de los pueblos de esta República queda en manos del Führer alemán. A partir de aquí, la destrucción de Checoslovaquia se consuma.
El día 15, el Ejército del Reich ocupa Praga y proclama el protectorado alemán de Bohemia-Moravia. Pocos días después, Hitler obliga a Lituania a ceder Memel, mientras impone a Rumania, contra su voluntad, un acuerdo económico que garantiza al Reich un determinado suministro de petróleo. La Alemania nazi pasa así de la construcción del gran Reich de la raza alemana a la conquista de su espacio vital, con la adquisición de su primera colonia en territorio europeo.
Munich ha soldado la amistad italoalemana; por eso, cuando Alemania resuelve a su gusto el asunto checoslovaco, Italia plantea su tradicional política de compensaciones. Aunque Mussolini y Ciano establecen unos ambiciosos objetivos a costa de Francia (Túnez, Djibuti, Córcega, Niza y Saboya), la decisión de Hitler de oponerse a ellos orienta la ambición italiana hacia Albania, cuya anexión tiene un evidente valor estratégico, ya que permite dominar el canal de Otranto y disponer de una cabeza de puente para actuar en los Balcanes. El 7 de abril, la resistencia del Gobierno albanés es destrozada por un desembarco de tropas y algunas horas de lucha.
Aunque París y Londres no deciden todavía rebatir con las armas la violación alemana de los acuerdos de Munich y la violación italiana de los acuerdos mediterráneos, procuran, de manera inmediata, levantar ante el Eje un fuerte muro de contención. El 23 de marzo, una declaración anglofrancesa afirma que los dos Estados intervendrán con las armas en el caso de una agresión alemana contra Holanda, Bélgica o Suiza. El 31 de marzo, el premier británico anuncia que Gran Bretaña, enteramente de acuerdo con Francia, aliada de Polonia, facilitará a este último país cuanta ayuda esté a su alcance si, viendo amenazada su independencia, decide resistir.
El 13 de abril, otra declaración anglo-francesa promete ayuda a Grecia, amenazada por la ocupación italiana de Albania, y a Rumania, amenazada por la política petrolera de Alemania. Y el 12 de mayo, Chamberlain anuncia en los Comunes la firma de un tratado de ayuda mutua con Turquía para el caso de que un acto de agresión provoque la guerra en el Mediterráneo.
Este cambio en la política franco-británica es rápido, pero incompleto; por un lado, es compatible con la manifestación británica de seguir examinando las reivindicaciones alemanas si éstas se presentan en la mesa de negociaciones; por otro lado, tiene el gran defecto de la ausencia de la Unión Soviética y de la indiferencia de los Estados Unidos.
Sin duda alguna, la participación de la Unión Soviética en el sistema diplomático anglo-francés hubiese tenido una gran importancia; pero aunque parece que Stalin deseaba el acuerdo, la desconfianza occidental impidió su culminación.
Polonia no aceptaba la participación soviética en el apoyo que le habían ofrecido París y Londres; consciente de que la Unión Soviética no podía aceptar la pérdida definitiva de los territorios conquistados por Pilsudski más allá de la línea Curzon, y que esos territorios, poblados por rusos blancos y por ucranianos, peligrarían si el Ejército Rojo entraba en Polonia, incluso si lo hacía como aliado y amigo, el Gobierno polaco no deseaba la alianza soviética.
Tampoco Rumania se mostraba dispuesta a permitir el paso de las tropas soviéticas por motivos similares.
Pero mientras los Gobiernos de Francia, Gran Bretaña y la Unión Soviética no llegan a compromisos definitivos, el acercamiento italo-alemán se consolida con la firma del Pacto de Acero el 22 de mayo; el compromiso fundamental es el de una alianza ofensivo-defensiva y automática que, después de dudarlo bastante, Mussolini acepta, aunque ocho días después de la firma informe a Hitler de que Italia no estará preparada para ir a la guerra hasta 1942. En cualquier caso, el Führer está dispuesto a colocar al Gobierno fascista ante los hechos consumados.
El 28 de abril, Hitler, en un discurso pronunciado en el Reichstag y en una carta dirigida al Gobierno de Varsovia, concreta sus reivindicaciones en Polonia: la ciudad libre de Danzig debe ser restituida a Alemania y las relaciones entre la Prusia oriental y el resto del Reich deben ser aseguradas a través del "pasillo" por medio de un ferrocarril y una carretera con estatutos de extraterritorialidad.